El siglo XIX es un siglo turbulento y complejo a nivel de ideas biológicas y sociológicas. A mitad de siglo, los avances en el área de la medicina y las ciencias naturales eran todavía escasos. Recordemos que la teoría de la generación espontánea no fue descartada hasta 1865; que en el campo de la medicina la anestesia y las prácticas de asepsia y esterilización no aparecieron hasta aproximadamente 1850; y que el nacimiento de la psicología como ciencia se fecha hacia finales del siglo XIX. Se acababan de dejar atrás el Enciclopedismo del siglo XVIII, con su marcado carácter racionalista, la Revolución francesa que acabó con los privilegios de la iglesia en ese país, y se había consolidado la Revolución industrial, que supuso una innovación en los sistemas de producción económica. Estamos en el siglo del materialismo en todas sus vertientes, donde la sociedad, y la ciencia en particular, buscan desesperadamente desprenderse de una vez por todas de las directrices de la religión.

Desde hacía varios siglos, la afirmación de la Biblia, que decía que las especies habían aparecido todas a la vez durante la Creación, y que eran independientes unas de otras, era incuestionable. Esta teoría conocida como fijismo era apoyada por Linneo y otros grandes científicos de los siglos XVII y XVIII. Pero las pruebas aportadas por la anatomía comparada y la paleontología en el siglo XIX ponían cada vez más en entredicho esta afirmación. Lamarck, uno de los mayores biólogos del siglo XIX, va a ser el primero en volver a rescatar ideas que ya los griegos de la antigüedad clásica afirmaban, entre ellos Empédocles o Lucrecio, de que las especies devienen unas de otras. Sin embargo, no va a comprender la manera en que se lleva a cabo esta evolución, por eso sus investigaciones van a ser duramente atacadas. Y será Charles Darwin quien pasará a la posteridad como figura clave de la Biología al explicar la evolución a través del mecanismo de la selección natural.

Charles Darwin era nieto de un médico y naturalista muy famoso en Inglaterra, Erasmo Darwin, que en sus ratos libres había escrito poemas donde plasmaba verdaderas ideas evolucionistas, señalando ya el camino a su sucesor. Con sólo 22 años Charles Darwin, aprovechando una serie de coyunturas casuales, embarca en el Beagle, para ir a hacer una expedición alrededor del mundo. Resultó que el capitán del barco, Robert FitzRoy había ido a Tierra del Fuego y había traído unos esclavos. Pero al llegar a Inglaterra le comunicaron que la esclavitud había sido abolida, así que sus cuatro esclavos se convirtieron en un escándalo para la sociedad. El gobierno inglés para acallar las protestas le obligó a volver nuevamente a Tierra de Fuego, en la Patagonia argentina, y devolver esos nativos a su entorno original. Para aprovechar el viaje decidieron embarcar a un naturalista, eligiendo a Charles Darwin. Antes de empezar el viaje Darwin se consideraba fijista, pero durante los cinco años que duró la travesía, los libros que leyó y las observaciones que hizo le obligaron a cambiar de parecer. Precisamente cuando llegó a las islas Galápagos -situadas a mil kilómetros de la costa de Ecuador- se dio cuenta de que había trece especies de pinzones, todos ellos iguales, pero cada uno con el pico de una forma, unos para comer semillas, otros para partir semillas grandes, otros para comer insectos, etc. y ahí es cuando se planteó lo extraño que habría sido el que Dios hubiese creado trece especies distintas de aves tan parecidas en unas islas que no conocía nadie, en el medio del océano. Pensó que sería más probable que hubiese sido un único tipo de pinzón el que hubiese volado desde el continente hasta las islas y con el tiempo se hubiese adaptado a las condiciones de cada una de ellas.

Darwin vuelve a Inglaterra y se hace muy famoso porque publica un libro en 1839 sobre sus viajes, llamado Diario de viaje  de un naturalista a bordo del H.M.S. Beagle adquiriendo mucho reconocimiento como viajero y naturalista dentro de la alta sociedad londinense a la que él pertenecía. A pesar de descubrir la relación existente entre especies le faltaba encontrar el mecanismo por el que se habían producido. Pero la lectura de un libro titulado Un ensayo sobre el principio de la población del clérigo inglés Thomas R. Malthus le dio la clave. En él se decía: «si nosotros dejamos a una única pareja de seres humanos solos sobre la Tierra y toda su descendencia sobrevive y a su vez esa descendencia se reproduce y sobrevive, y así sucesivas generaciones, en pocos años habrán cubierto el planeta. Como no hay espacio ni alimentos para todos, el número de habitantes se ve constantemente reducido por el hambre, las enfermedades y la guerra». Por eso Malthus hablaba de la necesidad del control de la natalidad. Darwin llegó entonces a la conclusión de que la naturaleza debía tener también un medio para regular ese exceso de población entre las especies animales, y de que existía una selección natural que permite la supervivencia del más apto, de aquel más adaptado al entorno.

Sin embargo, Darwin pasará muchos años trabajando en su teoría casi en secreto. Durante mucho tiempo la transmutación de las especies fue una idea considerada blasfema y se relacionaba con agitadores políticos radicales que buscaban una revolución social, así que la publicación de esta teoría hubiese podido arruinar la reputación de Darwin. Y a pesar de que el científico más respetado y con más peso en Inglaterra, Charles Lyell, le insistía para que lo hiciese, Charles Darwin demoraba su exposición pública, recordando las calamidades sufridas por Lamarck que fue vilipendiado y despreciado, principalmente por la «clase ilustrada y científica» y que acabó en la miseria. Por tanto pasó veinte años buscando consolidar sus afirmaciones con estudios y pruebas adicionales para que cuando se publicase la teoría fuese algo irrefutable. Había hecho experimentos con semillas, comprobando su capacidad de sobrevivir en agua de mar, lo que permitía explicar cómo se transfieren especies hasta islas alejadas, hizo estudios también con huevos de cocodrilo, crió además palomas para comprobar que sus ideas de la selección natural eran comparables con la selección artificial llevada a cabo por los ganaderos, y así con muchos otros ejemplos, porque era un hombre muy metódico y concienzudo.

Sin la aparición de otro personaje en esta historia, probablemente Darwin nunca hubiese publicado nada. Pero Alfred Russel Wallace fue un estímulo para él. Wallace va a protagonizar uno de esos fenómenos extraños de la historia que provocan que dos personas distintas descubran lo mismo al mismo tiempo. Este naturalista británico de origen humilde se abrió camino hacia las ciencias naturales con dificultad, tras haber tenido que trabajar en muchas otras ocupaciones. Algunos años después que Darwin, Wallace hará también un viaje alrededor del mundo, viajando por el Amazonas, el archipiélago malayo y las Indias orientales como biólogo. Mantenía correspondencia con Darwin, como muchos otros naturalistas alrededor del mundo, pues Darwin utilizaba los datos que le iban aportando los viajeros para apoyar sus teorías. Conocedor del interés que Darwin tenía por la cuestión de cómo se originan las especies, Wallace le envió un artículo que había escrito y pensaba publicar, buscando su opinión sobre el tema, titulado Sobre la tendencia de las variedades a alejarse indefinidamente del tipo original, en donde se mencionaba por primera vez el mecanismo de la selección natural. Esencialmente la misma teoría en la que Darwin había estado trabajando tantos años, donde se hablaba también de «la lucha por la existencia». Charles Darwin al encontrarse frente a ese artículo se sintió a un tiempo estupefacto y desolado. Pero tras exponerle el caso a su gran amigo el geólogo Sir Charles Lyell, éste le sugirió que lo publicasen conjuntamente, y puesto que Wallace se encontraba en Indonesia recuperándose de unas fiebres y no era posible consultarle hasta su regreso, decidieron publicar la teoría sin su consentimiento previo, añadiendo a su artículo unas notas recogidas por Darwin, firmando los dos «en orden alfabético», es decir, Darwin primero.

La conducta de Wallace fue ejemplar, porque no se sintió celoso o menospreciado por haber sido relegado a un segundo lugar a pesar de haber sido formalmente el primero que enunció públicamente la teoría, y siempre profesó admiración por Darwin a quien le dejó toda la popularidad y la fama, retirándose discretamente de la vida pública y desmarcándose por otro lado de algunas de las ideas del darwinismo.

Un año más tarde, en 1859 Charles Darwin escribe su gran libro titulado: Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida cuya primera edición se agotará en un único día. A pesar de que suscitó polémica dentro de la iglesia anglicana, de alguna forma ya la gente se sentía evolucionista. Posiblemente Darwin tuviese más recelos que el resto de sus conciudadanos. Podemos decir que él fue el primer sorprendido por el éxito. Tanta había sido su cautela para no despertar mucha polémica, que evitó mencionar en ningún momento la palabra evolución, excepto en la frase final que cierra el libro. Por suerte para él, ni siquiera tuvo que defender su teoría ya que en seguida surgieron científicos dispuestos a argumentar y batallar a favor de él. Los dos más conocidos y más activos fueron Ernest Haeckel y Tomas Huxley, quien se autodenominaba a sí mismo el bulldog de Darwin.

A partir de publicar este libro, Darwin posiblemente va a sentirse tan respaldado científicamente que eso le va a convencer de la «verdad» de sus aseveraciones, e incluso podemos decir que va a ser empujado por las demandas de su público, que tienen claro lo que quieren oír. Todos ellos serán más darwinistas que el mismo Darwin. Lo que verdaderamente interesaba ahora era el origen del hombre, ¿había nacido el hombre directamente de la mano de Dios, o descendía de los monos, como pretendían algunos? En una época donde la dialéctica estaba en auge, estas dos opciones parecían las únicas posibles, antagónicas y excluyentes. O el hombre estaba al margen de la naturaleza y era un ser especial, cuya inteligencia le permitía regirse por leyes culturales y morales, o el hombre pertenecía a la naturaleza y se regía por sus mecanismos, siendo en realidad un animal instintivo.

Para la mentalidad victoriana de la época, lo que se sobreentendió en ese momento es que el mecanismo de la selección natural eliminaba la idea de un Dios que estaba dirigiendo la Creación, ya que la evolución se entendía regida exclusivamente por el azar, por las condiciones cambiantes del entorno. Considerado así, fue un concepto muy radical.

Al cabo de doce años, en 1871, persuadido por sus seguidores y después de que tanto Lyell como Huxley publicaran sendos libros donde aplicaban la evolución al hombre (La antigüedad del hombre y Evidencias del lugar del hombre en la naturaleza,  respectivamente), Darwin publicará El linaje del hombre y la selección sexual, en donde expuso sus argumentos en favor de la tesis de que el hombre había aparecido sobre la Tierra por medios exclusivamente naturales, afirmando que procedía de otros seres biológicamente inferiores. En ningún momento dijo que el hombre había surgido del mono, a pesar de resaltar sus parecidos anatómicos, aunque sea lo que popularmente se piensa que escribió, sugiriendo tan sólo -como la antropología actual afirma- que ambos, monos y hombres, tendrían un ancestro común.

La teoría de Darwin (aunque lo correcto es decir la teoría Darwin-Wallace) decía que no todos los seres vivos nacían iguales, sino que tenían inicialmente unas diferencias, que en función de cómo cambiase el entorno podían convertirse en factores decisivos que les permitiesen sobrevivir mejor. Esas diferencias ventajosas pasarían en mayor medida a las siguientes generaciones y se irían consolidando en la especie, que con el tiempo iría transformándose. Sin embargo, Darwin no sabía cómo se producía esa diversidad, y ese era el «agujero» que tenía la teoría. Lamark no había planteado diferencias iniciales, sino que los organismos, en principio todos iguales, irían diferenciándose según las exigencias del entorno, es decir, irían desarrollando más unos órganos que otros y eso se trasmitiría a las generaciones futuras. El lamarkismo habla de que la función crea el órgano, es famoso el ejemplo de la jirafa que había ido alargando el cuello para alcanzar las ramas más altas. Curiosamente esa idea que hoy es tan ridiculizada también era admitida por Darwin como uno de los mecanismos adicionales de la evolución. Darwin lo que más rechazaba de la teoría de Lamark era la noción de que la evolución tenía un sentido, una dirección. Para Darwin el azar era el motor de la evolución. Paradójicamente las ideas de Lamark aunque no gozaron nunca de «credibilidad científica» eran conocidas por todos los intelectuales e influyeron decisivamente en el darwinismo.

Como decimos, la teoría de Darwin-Wallace no podía explicar cómo se generaba la variabilidad inicial de la población, a pesar de que Darwin tuvo al alcance de su mano la respuesta. En 1866 Gregor Mendel había acabado sus experimentos con los guisantes y había descubierto una teoría de la herencia que envió a todos los científicos y todos los personajes de ciencia de la época pero a la que nadie dio importancia, permaneciendo durante 20 años en el olvido. En su artículo titulado Ensayos sobre híbridos de plantas enunciaba las leyes de la herencia, que decían que cada característica es el resultado de la información aportada por los dos progenitores. A veces, la característica la define el padre, otras la madre, y en otros casos es una mezcla de ambas informaciones. Por tanto, la variabilidad que se observa en la naturaleza es fruto de las innumerables combinaciones distintas que se producen al juntar la información que viene del padre con la que viene de la madre, de manera aleatoria, para cada una de las características de un organismo vivo. En 1868 Darwin, ajeno a las ideas de Mendel, realizó un estudio sobre la variación de animales y plantas por los efectos de la selección artificial, en el que describía cómo los caracteres adquiridos se  trasmitían a la sangre en forma de gémulas, teoría a la que llamó pangénesis, que resultó ser su más desafortunada aportación a la biología.

El descubrimiento de la genética a partir de 1900 dio lugar a una nueva comprensión de los mecanismos evolutivos surgiendo un movimiento basado en el darwinismo y que a partir de entonces se llamó neodarwinismo. El neodarwinismo fue considerado un «dogma» para la biología hasta principios de 1970, en que la teoría entró en crisis por los avances de la biología molecular y la aparición de otras corrientes, como la teoría neutralista de la evolución apoyada por Motoo Kimura (que dice que las variaciones genéticas de los individuos son en su mayoría neutras y no confieren ni ventajas ni desventajas) o el equilibrio puntuado de Stephen Gould (según el cual la forma de originarse las especies es saltacionista y rápida, y va seguido de largas fases de estatismo) que le han quitado al azar y a la selección natural el protagonismo de otros tiempos.

El movimiento eugenésico

La idea de la variabilidad de la población inicial indicaba que los organismos al nacer no eran todos iguales, y parecía obvio extender estos conceptos también al ser humano, puesto que se trataba de «un animal más». Tras la publicación del libro El origen de las especies, el primo de Charles Darwin, Francis Galton aplicó estos conocimientos a la sociedad humana, dando lugar al desarrollo del concepto de mejora hereditaria. La idea era que así como cualquiera que se hubiera dedicado a la cría de animales domésticos sabe que se pueden mejorar las razas, también la especie humana puede afianzar sus características «positivas» y eliminar las «negativas» por medio de los cruces, es decir, de los apareamientos adecuados. En el Linaje del hombre, Darwin respalda las ideas de su primo explícitamente afirmando que Galton había demostrado que la inteligencia era hereditaria. El famoso tratado de Galton, titulado El talento hereditario: estudio de sus leyes y sus consecuencias, incluía árboles genealógicos que demostraban que durante años había familias en que se habían producido muchos jueces mientras que en otras, de campesinos principalmente, no se había producido ninguna. Se ve que a Galton no se le ocurrió tener en cuenta el efecto del entorno, ya que con dinero y con un padre magistrado debía ser más fácil llegar a juez que siendo pobre y sin los necesarios contactos. 

Darwin decía:

 Entre los salvajes, el débil, físicamente o de entendimiento, es rápidamente eliminado, y los que sobreviven exhiben normalmente un estado de salud vigoroso. En cambio nosotros, las personas civilizadas, hacemos los mayores esfuerzos por controlar ese proceso de eliminación. Construimos asilos para los imbéciles, tullidos y enfermos. Instituimos leyes protectoras del pobre y nuestros médicos se exigen al máximo en sus capacidades para salvar la vida de cada uno hasta el último momento. Hay razones para creer que la vacunación ha preservado a muchas individuos de constitución física débil, que de otro modo habrían sucumbido ante enfermedades comunes (viruela, etc.). De ese modo los miembros débiles de las sociedades civilizadas propagaron su linaje. Nadie que haya prestado atención a la cría de animales domésticos dudaría de que esto (el cuidado de los débiles) tiene que ser muy nocivo para la raza humana

El linaje del Hombre y la Selección Sexual.

 

En 1883 tras la muerte de Darwin, Galton llamará a esta filosofía social eugenesia, que deriva del griego eugenes o «buen nacimiento». Proponía que se estableciese un esquema de puntos de los méritos familiares y que se favoreciesen matrimonios tempranos entre las familias de alta puntuación por medio de incentivos monetarios. La eugenesia floreció principalmente en Gran Bretaña entre 1880 y 1930, en Estados Unidos entre 1907 y 1950 y en Alemania entre 1930 y 1945, aunque muchos otros países tuvieron leyes eugenésicas. Mientras Galton predicaba lo que luego se conocería como eugenesia positiva, es decir, favorecer el «tesoro» genético por medio del fomento de unas uniones y descendencias adecuadas, Estados Unidos se centró en la eugenesia negativa, doctrina que impide la reproducción de aquellos individuos menos favorecidos, y que incluso aboga por la muerte de los débiles. Las prácticas eugenésicas más extremas se dieron en la Alemania nazi, pero ningún país europeo estuvo al margen de semejantes ideas, estableciendo legislaciones y favoreciendo la investigación eugenésica. En 1907 el estado de Indiana promulgó las primeras leyes de esterilización obligatoria de «criminales, idiotas y violadores», a la que siguieron una treintena de estados, y hasta 1941 se practicaron más de sesenta mil esterilizaciones forzadas de ciudadanos norteamericanos. Estas legislaciones también se implantaron en Alemania, Suiza y los países escandinavos. No sólo eso, sino que en Estados Unidos en 1910 se creó dentro del Cold Spring Harbor, en Nueva York (el más prestigioso centro de investigación del país), un instituto llamado Registro Eugenésico, dirigido por Charles Davenport, para el estudio de la genética humana. Davenport como Galton, creía que la evolución humana se podía encauzar y mejorar de la misma manera que se cría el ganado, idea que estuvo tan de moda en la época que se instituyeron ferias estatales en donde además de vacas, se hacían concursos para designar a las familias más adecuadas, estudiando su historial, y exhibiéndolas luego junto al ganado premiado. Se estableció que la pobreza, el alcoholismo, la delincuencia, la suciedad, la pereza, las migraciones  y las desviaciones morales eran hereditarias. Davenport realizó árboles genealógicos que demostraban que la aptitud musical, las capacidades literarias e incluso la construcción de barcos se trasmitían genéticamente.

Asimismo, se instituyeron los tests de inteligencia y los coeficientes por debajo de los cuales se consideraba a una persona «débil mental».

Dos presidentes de Estados Unidos, Theodore Roosevelt y Calvin Coolidge, apoyaron decididamente la eugenesia. Debido a la ley de inmigración Johnson-Reed, aprobada en 1924, y que restringía la entrada de extranjeros de dudosa genética, es decir, aquellos que no eran noreuropeos, muchos judíos que huían de la Alemania nazi vieron cómo se les cerraban las puertas del país de las oportunidades y quedaban librados a su suerte. En este país se impedía la inmigración a todo aquel que no superase determinado coeficiente de inteligencia, realizado por supuesto en inglés, y donde se hacían preguntas sobre costumbres inglesas, que cualquiera que no fuese anglosajón, difícilmente podría conocer. En ese tiempo por inteligencia se entendía el acumular muchos datos, el tener buena memoria. Todos estos conceptos se utilizaron para darle una justificación científica a las prácticas discriminatorias que estaban totalmente generalizadas.

Calvin Coolidge había declarado: «Los Estados Unidos deben ser mantenidos americanos... Las leyes biológicas muestran... que los nórdicos se deterioran cuando se mezclan con otras razas». Theodore Rooselvelt asimismo se destacó como partidario de la supremacía WASP (white anglosaxon protestant) que definía al verdadero norteamericano como de raza blanca, de procedencia anglosajona y de confesión protestante.

Alfred Russel Wallace condenó enérgicamente la eugenesia considerándola no-científica. Además creía que una cosa era la evolución de las formas, y otra cosa la evolución de la conciencia, y que de algún modo eso hacía que no todo en las sociedades humanas pudiese explicarse o regirse por la selección natural. Además de sus trabajos sobre evolución, Wallace contribuyó notablemente al desarrollo de la biología con el descubrimiento de nuevas especies tropicales y el estudio de simios en libertad, siendo pionero en la etnografía y zoogeografía, señalando una demarcación conocida hoy en día como «línea de Wallace», frontera natural que atraviesa Malasia y separa los animales derivados de Asia de aquellos de origen australiano.

Darwinismo social

A finales de la década de 1870 las ideas evolucionistas dieron lugar a un conjunto de tendencias políticas de carácter tanto liberal, como conservador, socialista o naturalista, conocidas como darwinismo social, y que tenían todas en común la creencia en el progreso humano. La corriente principal que generalmente se identifica con este movimiento fue un programa político conservador inglés, basado principalmente en las ideas del filósofo Herbert Spencer, contemporáneo de Darwin, y el primero en acuñar la frase «supervivencia del más apto» en sus teorías evolucionistas. Spencer aplicó las ideas de Darwin y Malthus a la competencia desarrollada en las sociedades y las naciones para sobrevivir en un mundo hostil. Proponía la instauración de la política del laissez-faire, término popularizado por Adam Smith, el fundador del liberalismo económico. «Si la ley natural consistía en la supervivencia de los más aptos, era inútil y contraproducente que el Estado tratara de inmiscuirse con leyes protectoras de los más débiles. Lo mejor que podía hacerse era dejar que ese combate se produjera con toda su crudeza». Para él el altruismo era una traba para la evolución. Spencer hablaba incluso de la «bondad» de la guerra como elemento purificador de la sociedad.

Darwin decía:

“No hace falta pues emplear ningún medio para disminuir mucho la proporción natural en la que aumenta la especie humana, aunque este crecimiento lleve consigo numerosos sufrimientos; aquí debería haber competencia abierta para todos los hombres, y se debería hacer desaparecer todas las leyes y todas las costumbres que impiden a los más capaces tener éxito y educar el máximo número de hijos”.

      El linaje del hombre y la selección sexual

 

También Carl Marx encontró en las ideas materialistas de Darwin la justificación que necesitaba contra el derecho divino de los reyes y la jerarquía social. Las ideas de lucha por la existencia encajaban con su «lucha de clases». Como expresión de la admiración que sentía por él, Marx envió a Darwin un ejemplar de su libro El Capital, y más adelante, en su entierro Engels pronunció un discurso donde decía que Marx había sido para el pueblo lo que Darwin para la biología: «De la misma forma que Darwin descubrió la ley de desarrollo de la naturaleza orgánica, descubrió Marx la ley de desarrollo de la historia humana».

 Las teorías de Darwin se esgrimieron como justificación del colonialismo británico, del capitalismo, del marxismo, del fascismo, de la segregación racial, del positivismo y del liberalismo económico. Todo el mundo encontró la manera de aplicarlas para sus propios intereses.

Charles Darwin fue un biólogo brillante y un científico pionero en el descubrimiento del modo en que se desenvuelve la naturaleza, cuyas enormes aportaciones en el campo de la ciencia son incuestionables, y aunque no podemos culparle a él de todos los movimientos influidos por su pensamiento, es claro que él mismo no comprendió que sus descubrimientos abarcaban sólo el ámbito del mundo físico y los utilizó para respaldar sus más íntimas convicciones y prejuicios. Muchas de las ideas que surgieron en ese momento provienen de una sociedad puritana, con férreas normas sociales, que quería romper con ese pasado asfixiante y que sin el asesoramiento de ciencias como la psicología o la sociología que estaban naciendo entonces, intentaba desmarcarse de la religión pero justificando al mismo tiempo las prerrogativas y el  status quo de la alta sociedad inglesa. El principal error del darwinismo fue difundir e identificar el materialismo junto con las doctrinas evolucionistas, negando todo aquello que no se puede describir mediante magnitudes físicas. El mismo Darwin llevado por la extrapolación de su teoría a otras esferas del pensamiento, terminó rechazando toda idea trascendente del ser humano y proclamándose agnóstico, término acuñado y popularizado por su bulldog,  Tomas Huxley.

Todas estas corrientes darwinistas explican el creciente militarismo de principios del siglo XX y la «alegría» con la que se llegó a la primera guerra mundial. Parecía que todas las naciones confiasen ciegamente en su superioridad y en una contundente y rápida victoria. La dramática dureza de la larga guerra sirvió para invalidar muchos de estos conceptos.

Como secuela de aquellas ideas todavía sustentamos la competitividad y la lucha por un estatus social y de crecimiento económico como valores dominantes de nuestro mundo, por encima de consideraciones éticas. Parecería que «el hombre para el hombre no es más que un lobo». Todo es fruto de considerar al ser humano como algo puramente mecánico, carente de una dimensión metafísica, y del intento de reducir todas las acciones del hombre (altruismo, bondad, etc.) a fines egoístas de supervivencia personal o de la especie en conjunto, olvidando que la realidad humana en toda su diversidad de matices no puede ser explicada tan sólo mediante las estrechas leyes biológicas.

 

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