Esta dolencia afecta en algún momento de la vida al 7% de la población, siendo más probable su ocurrencia entre los 10 y los 30 años. Como podemos deducir por su nombre se trata de la inflamación (sufijo -itis) del apéndice cecal o vermicular.

La palabra apéndice proviene del latín appendix, que a su vez deriva del verbo pendere, «colgar». Su significado es «algo que cuelga al final». Por eso se le llama así a una estructura hueca en forma de dedo que se sitúa en la zona en que el intestino delgado se une con el intestino grueso, en lo que se llama ciego o colon cecal.

Por tratarse de una prolongación en forma de gusano se le da el nombre de apéndice vermicular o vermiforme.

En los herbívoros existe un órgano con cierto parecido que es el cecum, que alberga las bacterias que digieren la celulosa.

El apéndice tiene unas dimensiones medias de unos 10 centímetros de longitud y unos 7-8 milímetros de diámetro. Su función es desconocida pero ya no se piensa, como antiguamente, que es un resto inútil de la evolución, creyéndose más bien, dado su abundante tejido linfoide, que desempeña un papel como órgano inmunológico, en la fabricación de anticuerpos durante la vida fetal y en la infancia.

Las causas de la inflamación del apéndice casi siempre se deben a su obstrucción. Al bloquearse la luz del tubo, se produce una mayor presión, se detiene el flujo de sangre, que provoca la gangrena o necrosis de la zona, y si la enfermedad sigue su curso, se desencadena la rotura del apéndice, que disemina su contenido de materia fecal y bacterias por la cavidad peritoneal, provocando una peritonitis.

El apéndice se puede obstruir por ser demasiado largo, y contorsionarse o doblarse, o bien por un ganglio linfático inflamado que lo comprime, o por la presencia de un fecalito, es decir, materia fecal calcificada, así como por una infección bacteriana (a cargo de microorganismos del tipo Yersinia, Salmonella o Shigella), una infección por lombrices o bien por la presencia de un cuerpo extraño, que puede ser un hueso o unas semillas de fruta. Esta obstrucción se ve favorecida si en la alimentación existe una baja ingesta de fibra.

El síntoma más característico de la apendicitis es el dolor abdominal. Suelen presentarse además nauseas, vómitos, inapetencia, fiebre suave y estreñimiento o diarrea. La sintomatología puede confundirse con muchas otras enfermedades, principalmente con gastroenteritis, intoxicación alimentaria, inflamación intestinal de Crohn y úlcera gastroduodenal, pero también con pancreatitis, cólicos nefrítico o renal, dolores menstruales, diverticulitis, enfermedades de la vejiga urinaria o síntomas del embarazo.

Para descartar otras patologías, se atiende al orden en que aparecen los síntomas. En la apendicitis primero aparece el dolor abdominal centrado en la zona del ombligo, y posteriormente ese dolor se traslada a la ingle, a la parte abdominal inferior derecha. Con posterioridad aparecen los vómitos y la fiebre. Además suele aparecer una rigidez muscular en el abdomen, y es característico lo que se llama el dolor de rebote, es decir, que duele más el abdomen al retirar la mano bruscamente que mientras se lo está palpando. El dolor abdominal aumenta al toser, reírse, estornudar o respirar hondo.

El apéndice puede no encontrarse en su sitio habitual. Si se encuentra «escondido», situándose próximo al extremo terminal del íleon, o proyectándose hacia abajo en la pelvis, cerca del uréter, la sintomatología puede confundirse con un dolor de cadera, o puede asemejarse a una infección del tracto urinario.

El afectado muchas veces recoge una pierna sobre el vientre, para mitigar su dolor, y camina un poco encorvado, no pudiendo estirarse completamente.

Para descartar otras enfermedades y completar el diagnóstico se debe hacer un análisis de sangre, donde aparecerán los glóbulos blancos y la velocidad de sedimentación elevados, una analítica de orina, una prueba de embarazo en las mujeres, y una ecografía, radiografía o escáner.

En casos en que se sospecha una apendicitis no hay que darle al enfermo laxantes ya que pueden acelerar la perforación del apéndice, ni medicamentos para el dolor, que enmascaren los síntomas, ni darle de comer ni beber, en vistas a una posible operación en que el intestino debe estar lo más vacío posible. Por último, no hay que aplicar calor, porque ello puede ayudar a diseminar la infección.

Ante una apendicitis aguda el tratamiento es siempre quirúrgico. Lo mejor es extirparlo sin la menor demora, puesto que en la mayoría de los casos la enfermedad evoluciona en 48-72 horas hacia una peritonitis, que reviste una seria gravedad.

La operación se realiza casi siempre por laparoscopia, lo cual hace que en menos de 24 horas el paciente pueda estar en su casa. Las cicatrices son muy pequeñas y la recuperación completa se produce en unas tres semanas.

Antes era costumbre extirpar el apéndice de manera profiláctica, si se hacía cualquier otra operación en que se abriese el abdomen, pero ahora ya no, puesto que el tejido del apéndice se puede utilizar en los casos en que se extirpa la vejiga urinaria para reconstruir un músculo esfínter que permita retener la orina, y también en casos en que es necesario reemplazar el uréter.

 

 

 

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