Las investigaciones científicas de los últimos años apuntan a los radicales libres como los principales responsables del deterioro de los tejidos, con el consiguiente envejecimiento y propensión a padecer enfermedades. Como desde hace algún tiempo se sabe que los compuestos antioxidantes son capaces de contrarrestar los efectos negativos de estos radicales, las empresas farmacéuticas se esfuerzan continuamente en sacar cremas, lociones y suplementos alimenticios que ayuden a retrasar el envejecimiento, empujándonos a creer de manera categórica que los radicales libres son los «malos de la película» y los antioxidantes, por el contrario, los «chicos buenos». La realidad, como siempre, suele ser un poco más compleja.

Nuestras células llevan a cabo reacciones de oxido-reducción, por medio de las cuales obtienen la energía. Pero durante esta «respiración» celular, en la cual consumen oxígeno, se producen radicales libres (llamados peróxido, superóxido e hidroxilo). Cada día nuestro organismo produce unos diez billones de estos radicales que atacan y lesionan nuestras células. Para evitar sus efectos nocivos, las células están dotadas de mecanismos de defensa, sistemas enzimáticos como la superóxido dismutasa, la glutation peroxidasa o la catalasa que reaccionan con estos subproductos, neutralizándolos. El organismo, por medio de la sangre, también combate los radicales libres, tanto los producidos por el cuerpo como los inhalados e ingeridos desde el exterior. Así en el plasma encontramos proteínas antioxidantes como la trasferrina, lactoferrina, ceruloplasmina y albúmina, y en el suero sustancias como bilirrubina, ácido úrico, vitamina C, vitamina E, beta caroteno, selenio, zinc, melatonina, flavonoides y estrógenos.

Un radical libre es una molécula o fragmento de la misma que posee un electrón no apareado. Los radicales libres son muy inestables y tienden a reaccionar rápidamente con otros compuestos que están cercanos, sobre todo de la membrana celular y el ADN, buscando recuperar ese electrón que han perdido. Se da así inicio a una cascada de reacciones, puesto que una vez que el radical ha conseguido su electrón, la molécula atacada se convierte a su vez en un nuevo radical libre, y como fichas de dominó, las moléculas van siendo dañadas una tras otra.

Los radicales libres contribuyen al proceso del envejecimiento de muy diversas maneras. Por ejemplo, el ataque continuado sobre las células que fabrican el colágeno de la piel, hace que ésta pierda su elasticidad y se vuelva seca y arrugada, y su actuación sobre las mitocondrias, que son las factorías energéticas de la célula, hace disminuir la vitalidad general del organismo.

Además de la vejez, los radicales libres están implicados en unas cincuenta enfermedades, entre ellas el cáncer, la arteriosclerosis, los infartos y embolias, la artritis reumatoide, la diabetes, las cataratas, la hipertensión y la enfermedad de Alzheimer.

Nuestro organismo está capacitado para combatir todos los radicales libres que genera, pero nuestro estilo actual de vida nos pone en contacto con una cantidad tal que el cuerpo muchas veces se ve sobrepasado. La mayoría de ellos provienen de la contaminación atmosférica, el humo del tabaco, la radiación solar, los herbicidas y pesticidas, algunos fármacos o las grasas poliinsaturadas.

El ejercicio físico, como supone un gasto de oxígeno de diez a veinte veces mayor respecto al estado de reposo, conlleva una mayor producción de radicales libres. Por eso, el ejercicio desmedido en personas desentrenadas, resulta perjudicial: los radicales libres se producen en exceso y el cuerpo no puede generar las defensas necesarias. Sin embargo, paradójicamente, la práctica continuada del deporte potencia el sistema defensivo antioxidante y protege mejor contra el daño producido por los radicales libres.

Los radicales libres tienen también una «cara amable», porque además de ser productos tóxicos del metabolismo celular, cumplen importantes funciones dentro del organismo. Mencionamos tres casos concretos. Las células de la glándula tiroides necesitan la acción de un radical libre, el peróxido de hidrógeno, para poder unir las moléculas de yodo a la tiroglobulina, formando así la hormona tiroxina. De igual forma, los enzimas del hígado utilizan la ayuda de radicales libres para detoxificar compuestos químicos dañinos. Y los neutrófilos y macrófagos, que son glóbulos blancos de nuestro sistema inmunológico, fabrican ex profeso radicales libres para neutralizar virus y bacterias. Sin ellos, el cuerpo no soportaría la más mínima infección bacteriana.

Por eso es importante que si consumimos antioxidantes farmacológicos, ya sea en forma de vitaminas o de suplementos dietéticos, no lo hagamos en exceso. Hay que descartar la creencia errónea de que las vitaminas son inofensivas. Todas las cosas tienen su justa medida. Está comprobado que un abuso de sustancias antioxidantes causa fatiga y debilidad muscular, al interferir con las reacciones de la mitocondria.

Lo mejor para prevenir enfermedades y retrasar el envejecimiento es una dieta rica en frutas y verduras, como lo sugiere el hecho de que las tasas más bajas de cáncer se dan entre gente que sigue este tipo de alimentación. Si además lo podemos acompañar con la práctica de algún deporte de forma regular y el contacto con la naturaleza, a través de excursiones al campo o a la montaña, nos mantendremos saludables. Como vemos, no estamos descubriendo nada nuevo...  

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