Seguimos con nuestra Semana del Amor, hoy:

¿CÓMO NOS ENAMORAMOS?

En el modo de comenzar, el amor se parece al deseo, porque su objeto –la persona amada– nos excita. Pero el acto amoroso no empieza sino después de esa excitación o incitación. Por el poro que ha abierto la flecha incitante de la persona amada brota el amor, y se dirige activamente a ella. Va del amante a lo amado; es un movimiento psíquico, una "íntima marcha" desde nuestro ser al del prójimo.

De esto se desprende que el acto amoroso, en su intimidad psíquica, es un proceso del alma que se prolonga en el tiempo; es como un chorro de materia anímica, un fluido constante que mana como de una fuente. Podríamos decir metafóricamente que el amor no es un disparo, sino una emanación continuada, una irradiación psíquica que del amante va a lo amado. No es un golpe único, sino una corriente.

Este rasgo del enamoramiento es común a todas las clases de amor: amor filial, amor maternal, amor a la patria, amor al arte, amor a la ciencia..., o amor a una mujer. Sí, hay algo común entre el amor a la ciencia y el enamoramiento: "Quietos, a cien leguas del objeto amado, y aun sin que pensemos en él, si lo amamos, estaremos emanando hacia él un fluido indefinible, de carácter afirmativo y cálido", dice Ortega. Y podría añadirse que todo lo que es diferente en el amor a la ciencia y en el amor a una mujer no es propiamente amor. De ahí que, generalmente, se usa la palabra enamorarse en un sentido demasiado amplio, pues hay amores en los que existe de todo menos auténtico amor: hay deseo, curiosidad, obstinación, manía, sincera ficción sentimental..., pero no esa cálida afirmación del otro ser, cualquiera que sea su actitud para con nosotros.

El enamoramiento en sentido amplio es, antes que nada, un fenómeno de la atención. Habitualmente, nuestra atención pasa de un objeto a otro, deteniéndose más o menos tiempo en cada uno de ellos. Pero imaginemos que, un buen día, nuestra atención queda paralizada, fija en un objeto; sería como si pusiéramos la mano delante de nuestros ojos, tapando por completo nuestro campo visual. El resto del mundo quedaría relegado, distante, casi inexistente. Lo atendido cobra para nosotros más realidad, más vigorosa existencia que lo desatendido, y se nos hace más valioso. Ese exclusivismo de la atención dota al amado de cualidades portentosas, no porque se finjan, sino porque, a fuerza de fijarse en ellas, adquieren para la conciencia una fuerza de realidad incomparable.

Pues bien, el enamoramiento, en su comienzo, no es más que eso: atención anómalamente detenida en otra persona. No se trata de un enriquecimiento de nuestra vida mental, sino que hay una progresiva desaparición de las cosas que antes nos ocupaban; la conciencia se estrecha y la atención queda paralítica: no avanza de cosa en cosa, sino que está fija, presa de un solo ser. Esto lo saben muy bien "los conquistadores" de ambos sexos, y muchos enamoramientos se reducen a una especie de juego mecánico sobre la atención del otro; un juego de tira y afloja, de solicitud y desdén, de presencia y ausencia, donde a veces se dice que uno "tiene sorbido el seso".

Esta fijación de la atención hace que exista una semejanza entre el enamoramiento y el entusiasmo místico, pues el misticismo es también un fenómeno de la atención. A fuerza de orar, meditar y pensar en Dios, este llega a estar siempre presente ante el místico. Llega un momento en que Dios deja de ser algo ajeno a la mente y se filtra dentro del alma, que se diluye en Él. Esta es la unión a la que el místico aspira.

También existe una proximidad extraña entre el enamoramiento y otro fenómeno de la atención: la hipnosis. Suaves pases de mano como caricias; hablar sugestivo y a la par tranquilizador; mirada fascinante... En ambos casos hay una entrega; al hipnotizador o a la persona amada, y en ambos casos se requiere voluntad: la hipnosis no puede realizarse en el ser humano si no es querida, de la misma forma que el enamoramiento debe ser siempre querido.

Cuando la atención se detiene en algo más tiempo o con más frecuencia de lo normal, hablamos de manía. ¿Es el enamoramiento un estado patológico? Hay algo que diferencia el enamoramiento, que es un fenómeno normal, de la obsesión o manía, que son fenómenos patológicos: puede afirmarse que todo el que se enamora es porque quiere enamorarse. En la obsesión patológica no hay conciencia ni voluntad propia, sino imposición ajena, fantasías desmedidas e incontroladas. En cambio, la "obsesión querida" es propia de los genios. Cuando a Newton le preguntaron cómo había podido descubrir su sistema mecánico del universo, respondió: "pensando en ello día y noche". Esto es una declaración de obseso, desde el punto de vista del hombre de mundo; pero para un hombre habituado a meditar, insistiendo sobre cada tema a fin de exprimirle todo su jugo, la ligereza con que la atención de ese hombre de mundo resbala de objeto en objeto es motivo de mareo.

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