La revista Time en su edición de octubre de 2004 distinguió a la Doctora Goodall como una de las heroínas del año, junto con otras 28 personas deslumbrantes que han contribuido a llevar un poco de luz al mundo. Esta discreta mujer, de 77 años de edad, oradora inagotable, que pasa 300 días al año viajando, dando conferencias, enseñando, fomentando programas de educación y de protección de la naturaleza, luchando por los derechos de los animales, buscando un mundo más justo, más ecológico, más humano, nos sorprende con su energía desbordante, fruto de su optimismo y de su convicción de que un mundo mejor es posible.

Doctora honorífica por muchas y prestigiosas universidades, ha recibido innumerables premios y distinciones, como el premio Príncipe de Asturias 2003 por su investigación científica, el Premio Gandhi/Luther King de la no violencia, o la medalla Benjamín Franklin de las Ciencias, y en el 2002 fue nombrada Mensajera de la Paz de Naciones Unidas.

Jane Goodall nace en Londres, en 1934. Desde pequeña ya mostraba una gran sensibilidad y profundo amor por la naturaleza y tenía claro que «de mayor iba a ir a África, a estudiar los animales y escribir libros sobre ellos». La experiencia de la guerra, con los bombardeos aéreos sobre Londres durante la Segunda Guerra Mundial le va a marcar profundamente, sobre todo cuando a los diez años, los alemanes son vencidos y salen a la luz todas las imágenes del holocausto nazi. Sus inquietudes filosóficas aparecen en este momento y le van a acompañar a lo largo de su vida, puesto que siempre buscó responder esos grandes interrogantes que tanto le impactaron: ¿Cómo es posible que en el hombre exista tanta maldad? Y ¿cómo Dios pudo permitir todo eso?

Durante su adolescencia, va a estudiar secretariado en Londres, y allí va a entrar en contacto con la Sociedad Teosófica, donde va a familiarizarse con ideas como karma y reencarnación que fueron elementos que como ella misma cuenta en su libro autobiográfico Gracias a la Vida, le ayudaron a comprender mejor el sentido de la vida y fueron enseñanzas a las que ella va a recurrir en los momentos difíciles que le tocó vivir.

En el año 1956 aprovechando que una amiga suya se había trasladado a vivir a Kenia, consigue realizar su sueño de viajar a África, donde residirá durante los siguientes 30 años. Allí conocerá a Louis Leakey, famoso antropólogo, quien le va a proponer llevar a cabo un estudio sobre chimpancés en la reserva natural de Gombe, en Tanzania.

Tras los éxitos iniciales de la investigación realizada por Jane Goodall, desde 1960, pionera en los estudios de campo en la selva, Louis Leakey va a ampliar sus horizontes y enviará a Dian Fossey en 1967 a estudiar los gorilas de montaña en Ruanda –investigadora que se hizo mundialmente famosa por la película Gorilas en la niebla- y finalmente a Biruté Galdikas, en 1971, a la selva de Borneo, a estudiar los orangutanes. Louis Leakey sabía que para poder establecer las diferencias entre monos y hombres había que comprobar primero qué características tenían los grandes simios, ya que en esa época había mucho desconocimiento  sobre el tema.

En una excavación paleontológica, normalmente se encuentran fósiles aislados, una mandíbula, un fémur, un cráneo, restos prehistóricos que pudieron haber pertenecido a antepasados nuestros o a antepasados animales. Por eso, para establecer su linaje, la paleontología establece distintas premisas. Uno de los primeros criterios que se establecieron para considerar un resto fósil como antepasado humano es que sea bípedo, ya que hasta el momento el hombre es el único ser que camina erguido sobre dos piernas. Los primeros restos fósiles que se consideran antepasados humanos serían los Austrolopithecus porque aunque su apariencia es de chimpancés, por los estudios sobre la columna vertebral, la pelvis, la inclinación del foramen magnum del cráneo, y las huellas de pisadas encontradas, se sabe que andaban erguidos.

Posterior en el tiempo a los Austrolopithecus es el género Homo, que incluye a la especie humana actual. Louis Leakey, director del Museo de Historia natural de Nairobi, realizaba anualmente excavaciones en la garganta de Olduvai, en Tanzania, donde descubriría en 1960  los primeros restos de la especie Homo habilis, a la que él dio nombre, y que le proporcionaron reconocimiento internacional. Antes de eso, ya era famoso por haber encontrado las piedras talladas más antiguas que se conocen. Desde que Darwin escribiera El origen del hombre, se decía que el hombre es el único ser capaz de fabricar herramientas. Por tanto el encontrar piedras talladas junto con restos fósiles implicaba que esos fósiles eran plenamente humanos puesto que habían fabricado herramientas.

A los cinco meses de estar en Gombe, Jane Goodall hizo uno de sus mayores descubrimientos, que revolucionó el mundo de la paleontología, al observar a un chimpancé haciendo un tosco utensilio para pescar termitas. Este hecho tan trivial, implicaba que los chimpancés eran capaces de coger un elemento del entorno, que era una rama, modificarlo y emplearlo para un fin distinto, al igual que hace el hombre con la piedra que está en el suelo, que la coge y la talla para su propia conveniencia. Es decir, Jane había encontrado un chimpancé que estaba fabricando herramientas. Tras ponerle un telegrama a Louis Leakey explicándole lo que había descubierto, él le va a contestar con una frase que se ha hecho famosa: «Ahora tendremos que redefinir herramienta, redefinir hombre, o aceptar que los chimpancés son humanos».

Jane Goodall además va a ser muy criticada por poner nombres a los chimpancés, cuando las tendencias universitarias del momento decían que había que numerar a los sujetos de un estudio, para evitar implicarse emocionalmente con ellos. Sin embargo, ella no estaba de acuerdo con este proceder, y hoy en día sus métodos de estudio han acabado imponiéndose. Gracias a Jane Goodall muchos chimpancés se hicieron famosos, sobre todo en el mundo anglosajón, porque publicó la mayoría de sus descubrimientos en una revista divulgativa de gran tirada, el National Geographic.

Los chimpancés tienen una sociedad altamente jerarquizada, de gran complejidad social. Hay un macho dominante, el macho alfa, y el resto de machos tienen una posición muy definida en el escalafón social, que además es cambiante, según mantengan su estatus, lo pierdan o lo mejoren. Por otro lado las hembras entre ellas también tienen sus propias relaciones jerárquicas. Y cada chimpancé tiene que saber la posición que ocupan los demás, para darles el trato que les corresponde, lo cual implica una gran capacidad de inteligencia. Tienen distintos gritos y llamadas, y un gran abanico de expresiones faciales y gestos, que nos pueden resultar bastante familiares: por ejemplo, cuando están alegres se besan en la boca, se abrazan, se dan palmadas en el hombro, se cogen de la mano, juegan, dando volteretas y haciéndose cosquillas; cuando deben mostrar sumisión se agachan, postrándose en el suelo, e incluso besan la mano de su “superior”. Los chimpancés pasan mucho tiempo desparasitándose, ya que tienen mucha necesidad de contacto físico lo cual tiene además una función social, con la que muestran su reconocimiento hacia los machos dominantes, que son los más acicalados.

Jane Goodall va a centrarse sobre todo en una familia destacada, una madre llamada Flo y toda su descendencia. Flo va a ser la chimpancé más célebre de Gombe y probablemente la más célebre de la Historia. A su muerte incluso va a recibir una nota necrológica en el Sunday times, por su contribución a la ciencia. Flo va a estar bien situada en el escalafón social y va a educar a sus crías de una manera muy relajada, muy confiada y abierta, respecto a otras madres que eran menos afectuosas con las crías o menos protectoras. Jane va a observar que esta primera educación de la infancia va a ser crucial para el desarrollo posterior de los futuros chimpancés adultos; de hecho uno de los hijos de Flo y dos de sus nietos, llegaron con el tiempo a alcanzar la posición de macho alfa. Ella contribuyó a establecer la idea, que hoy es vox populis, de que la educación de los niños en los primeros años es fundamental, porque condiciona cómo va a ser esa persona adulta, y que los traumas infantiles son luego difíciles de superar.

La doctora Goodall ha recogido muchísimos datos que demuestran que los chimpancés son capaces de altruismo, de verdadera bondad. Hay un ejemplo esclarecedor. Normalmente dentro de las familias, las hijas ayudan a criar a sus hermanos menores, y se dan muchos casos en los que si la madre muere, la hermana adopta a la cría, que de otro modo no podría sobrevivir. Pero Jane cuenta el caso de un chimpancé macho adulto que adoptó a una cría abandonada que había perdido a su madre y que no tenía hermanos. Este chimpancé adulto no tenía ningún grado de parentesco con el bebé, y ni siquiera lo había llegado a conocer. A nivel científico esto tiene su repercusión porque no se considera altruismo el que un miembro de la familia ayude a otro, ya que está ayudando a diseminar sus propios genes, a que su linaje continúe. Sin embargo, que un chimpancé sea capaz de ayudar a otro congénere que no conoce de nada es sin duda un acto real de altruismo.

Así como los chimpancés son capaces de experimentar la bondad y de sentir alegría, también sufren la tristeza, sobre todo cuando pierden a un ser querido, puesto que sus lazos afectivos son muy fuertes. Cuando Flo murió, solía viajar acompañada de su hijo Flint, de 8 años y medio, edad en la cual los chimpancés macho son ya autosuficientes. Pero a su muerte, Flint va a quedar tan deprimido que va a dejar de comer, va a dejar de moverse, y un mes después va a morir de pena, en el mismo sitio donde su madre había muerto, habiendo dormido la última noche en el mismo nido que ella había utilizado.

Jane Goodall asegura que si ella hubiese concluido sus estudios a los diez años de haberlos empezado, probablemente hubiese pensado que los chimpancés eran mejores que los hombres, más bondadosos, más nobles. Porque Jane siempre va a sentir cierta desazón ante la maldad humana, y desde la Segunda Guerra Mundial se habían sucedido incontables limpiezas étnicas, guerras, odios y crueldad humana en muchos lugares del mundo que enturbiaban su imagen del hombre. Pero en los años 1974 a 1978 van a ocurrir una serie de acontecimientos en la Reserva de Gombe, entre los chimpancés que ella estaba estudiando, que le van a hacer cambiar su modo de pensar sobre ellos. Jane ya sabía que los chimpancés muestran conductas agresivas. En momentos en que un chimpancé líder está empezando a declinar, y hay otros chimpancés jóvenes que  quieren ocupar su posición se crean periodos de inestabilidad, con muchas peleas, y demostraciones de fuerza. Por otro lado, los chimpancés son muy territorialistas, y una de las tareas que desempeñan los machos es patrullar su territorio, en busca de machos de otras comunidades que hayan entrado en sus dominios. Si descubren a algún macho dentro, suelen propinarle unas palizas terribles, que frecuentemente son mortales. Pero excepto en estos casos, los chimpancés son muy tranquilos.

A partir de 1974, en cuatro años van a nacer diez crías en esa comunidad de chimpancés y sólo una va a sobrevivir, el resto van a ser matadas sistemáticamente por una chimpancé y su hija, que van a comerse a todas esas crías. Son actos de canibalismo, que hacían pensar que madre e hija se comportaban como psicópatas, por utilizar términos humanos, tratándose de un hecho anormal, de una conducta patológica. Sin embargo, al mismo tiempo, durante esos cuatro años se va a observar otro fenómeno que se dio en llamar la «Guerra de los Cuatro años».

La comunidad primitiva que Jane Goodall estudiaba, a partir del año 1972 se va a escindir en dos, de tal forma que un grupo pequeño de chimpancés va a asentarse en la parte sur del territorio y va a pasar la mayor parte de su tiempo allí, hasta que llega un momento en que ambos grupos están separados y los del sur no entran en el territorio norte y los del norte ya no pueden acceder al territorio sur. Esta situación que parecía la división de una comunidad de una manera pacífica, a partir del año 1974 da un giro, y los miembros del grupo más grande, los del norte, van a ir aniquilando, uno a uno, a todos los de la comunidad sur, por medio de brutales ataques que implicaban un ensañamiento respecto a los chimpancés que habían sido sus amigos, sus compañeros de juegos y que habían vivido siempre con ellos. Denotaba crueldad porque los mataron como suelen matar a sus presas de caza, les rompían los huesos, los desmembraban, les arrancaban la piel, incluso se bebían su sangre. De alguna manera los habían “deschimpancizado”, les habían quitado el estatus de chimpancé y los estaban tratando como si fuesen de otra especie. Algo parecido a lo que hace el hombre cuando piensa que otro ser humano no es un ser humano, llegando a considerarlo una «cosa», y entonces se siente con derecho de maltratarlo. Son patrones de conducta que pueden tener un paralelismo.

Este hecho va a cambiar la idea de Jane Goodall sobre estos animales, va a ver que los chimpancés son capaces de una conducta muy afectuosa, pero que a la vez tienen un lado oscuro, tienen un lado de agresividad. Ella va a presentar estas observaciones en las conferencias que la UNESCO estaba patrocinando en ese momento en París. Y comenta sorprendida que sus descubrimientos fueron ignorados e incluso rechazados, porque en aquella época, el tema de si la violencia en el hombre era innata o adquirida, estaba profundamente politizado. En los círculos científicos se creía en la teoría del buen salvaje, es decir, que el hombre es bueno por naturaleza pero que es la sociedad la que lo corrompe, y los descubrimientos que había hecho Jane Goodall venían a decir que una parte de la violencia es innata al hombre, es inherente, genética y está en los instintos animales. El tiempo le ha dado la razón y hoy en día se admite que existe una contribución de ambos lados, de lo genético y lo cultural.

En esta década en que los chimpancés pierden para Jane ese encanto o idealización que ella les tenía, ocurren otra serie de circunstancias penosas en su vida personal. El centro de investigación que ella llevaba, con el tiempo había crecido y había muchos estudiantes extranjeros que llegaban a Gombe para realizar estudios de uno o dos años, para una tesina o un doctorado. En el año 1975 rebeldes del Zaire van a entrar por barco hasta las costas de Gombe y van a secuestrar a cuatro estudiantes, tres americanos y uno holandés. El secuestro se resolvió al cabo de un mes porque el gobierno estadounidense pagó un enorme rescate, que permitiría al líder del grupo, Laurent Kabila, al cabo de los años propiciar una revuelta en el Zaire, que se convirtió a partir de entonces en la República Democrática del Congo. Pero va a ser una época especialmente tensa para ella, que se prolongaría durante varios meses, porque en la universidad de California, donde ella daba clases durante un trimestre al año, la impotencia y el miedo que habían sentido por estos estudiantes secuestrados lo proyectaron sobre ella considerándola responsable por lo sucedido.

El verdadero punto de inflexión en su vida va a ocurrir en el año 1980 cuando a su marido, Derek Bryceston, le van a diagnosticar un cáncer de colon. Tras operarlo, los médicos le dieron sólo tres meses de vida, porque el cáncer estaba muy extendido. En ese momento surge en ella una resistencia irracional a creerlo, y empieza a movilizar todos sus contactos, buscando una solución, un remedio, una mejoría, sin importarle si se trataba de medicina alternativa u oficial, en un intento desesperado por salvar a su marido.  Después de haber probado muchas cosas, se entera de que la hermana del famoso violinista Yehudi Menuhin, también sufría cáncer y que aunque le habían dado tres meses de vida estaba en una clínica alemana donde ya llevaba cinco años de tratamiento. Inmediatamente ella va a llevar a su marido a esta clínica, y si bien efectivamente va a morir al cabo de tres meses, Jane, desde la perspectiva que da el tiempo, cuenta que fue lo mejor que pudo haber hecho, porque vivieron el final de la enfermedad con esperanza y además como la hermana de Yehudi Menuhin también creía en la reencarnación y en las ideas de la vida después de la muerte, durante esos meses continuamente hablaban sobre esos temas, y sin haberlo planeado esto permitió a su marido afrontar la muerte de una manera más serena y confiada.

 Ella es la que en ese momento se va a sentir totalmente destrozada, enfadada contra sí misma por haber fracasado, con su fe en Dios totalmente resquebrajada. Pero cuenta que se marchó a Gombe en espera de que allí, con la amable presencia de la selva y los chimpancés, su herida cicatrizase. Y va a ser al tercer día de llegar cuando le va a ocurrir un acontecimiento que hoy denominaríamos paranormal o extrasensorial. Durante la noche va a tener un desdoblamiento astral, es decir, se va a encontrar con su marido, va a encontrar que su marido está en esa habitación, muy alegre, y que va a empezar a hablarle, diciéndole que estaba bien, que no se preocupase. Jane cuenta que tuvo la sensación de que él estuvo horas allí hablándole, tranquilizándola, y si bien no podría decir realmente si estaba soñando o si estaba despierta, lo único que sabe es que esa experiencia le devolvió la paz y le permitió volver a reorientar su vida.

En 1986, tras escribir un compendio de sus descubrimientos para la comunidad científica, titulado Los Chimpancés de Gombe: patrones de conducta, asistió a un congreso en Chicago, donde se daban cita todos los científicos y personalidades que trabajaban con chimpancés en ese momento, y allí se dio cuenta de la desesperada situación en que se encontraban las comunidades de chimpancés en África, y cómo estaba desapareciendo la selva y los bosques. Es así que decidió dedicar toda su energía y esfuerzos a partir de ese momento a concienciar a la opinión pública de que cada uno de nosotros tiene que hacerse responsable de la madre Tierra, responsable de los animales que son sus hermanos, y responsable del resto de seres humanos que comparten el planeta con él. Su esfera de acción se centraba en principio en la lucha por los derechos de los animales, denunciando el uso de animales para experimentación científica, o las condiciones en que se encontraban los animales criados en granjas intensivas, y creando reservas para recuperar a chimpancés huérfanos, rescatados de la caza furtiva o de circos, pero posteriormente, tal vez dándose cuenta de que se necesita un cambio más profundo, creará en 1991 grupos de educación medioambiental, llamados Raíces y Brotes,  y programas para mejorar la agricultura y las condiciones de vida en África, con una visión cada vez más amplia sobre las necesidades sociales y las lacras de nuestro mundo.

A lo largo de más de cuatro décadas de estudio Jane Goodall nos ha mostrado que los chimpancés tienen personalidad, con una mente y una psique definidas. Son capaces de alegrías y tristezas, de maldad y bondad, de manera semejante a los seres humanos. Asimismo, aunque no tienen un lenguaje hablado porque su laringe, su tráquea no está preparada para emitir sonidos articulados como podemos hacerlo nosotros, cuando se les ha enseñado el lenguaje de signos, son capaces de expresarse y comunicarse por medio del lenguaje de los sordomudos. E igualmente, algo que se creía que era propio del hombre como la cultura, la capacidad del hombre de transmitir sus propios conocimientos a sus descendientes, también los chimpancés son capaces de hacerlo. Los chimpancés de un territorio tienen conductas que trasmiten a sus hijos, y que no se encuentran en los chimpancés de otros lugares de África. Por ejemplo, en unos lugares se construyen utensilios para «pescar termitas», y en otros no, pero se emplean piedras para partir nueces, a pesar de que termitas, palos, piedras y nueces hay en ambos lugares. Esto implica que hay una trasmisión del conocimiento y que esas conductas no las llevan en los genes sino que las han aprendido de sus madres.

Acercándonos tanto a las similitudes entre los animales y los hombres, nos podemos preguntar qué es lo que define al hombre. Según nos dice Juan Luis Arsuaga, codirector del proyecto Atapuerca, en su libro El collar del Neandertal, «ningún otro mamífero es bípedo, ninguno controla y utiliza el fuego, ninguno escribe libros, ninguno viaja por el espacio, ninguno pinta cuadros y ninguno reza», es decir, que además del fuego y del bipedismo, lo que realmente define al hombre es la capacidad de pensamiento simbólico y la creencia en algo superior, el sentimiento religioso. Sólo el hombre es capaz de poner una piedra sobre otra y orar a un Dios desconocido. Jane Goodall define este sentimiento como el Misterio y nos va a relatar distintas experiencias místicas que ha vivido a lo largo de su vida.

Las contradicciones internas que tiene Jane Goodall durante gran parte de su vida respecto al hombre y a la lucha entre el bien y el mal, finalmente van a encontrar una resolución. Después de años estudiando temas relacionados tan sólo con la evolución física del hombre, va a comprender que el hombre también tiene una evolución moral, es decir, que no es un ser acabado, sino que tiene un camino, una trayectoria personal que seguir para llegar a ser realmente humano, para ser un hombre con mayúsculas, con todo lo que ello implica: generosidad, valor, sinceridad, conciencia... siguiendo la estela de los grandes maestros espirituales.

Su vida y sus acciones son una invitación a que asumamos esta responsabilidad, a que transitemos ese sendero que nos llevará a la realización como seres humanos. Como ella dice: Tu acción es importante. Tú puedes marcar la diferencia, un mundo mejor es posible.

 

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