La diabetes es una enfermedad causada por una deficiencia de insulina. Sus síntomas se conocían desde antiguo en la China y en la India. Los griegos la redescubrieron hacia el año 70 a.C. y le dieron el nombre de diabetes que significa “atravesar” porque observaban que los enfermos producían un exceso de orina, es decir, que el agua atraviesa los riñones y se elimina en grandes cantidades. El otro calificativo de esta enfermedad “mellitus” deriva del latín y significa “dulce como la miel” refiriéndose precisamente a la presencia de azúcar en la orina de estos pacientes.

La insulina es la hormona encargada de facilitar el paso de la glucosa desde la sangre a todas las células del cuerpo para que éstas puedan usarla como fuente de energía. En los diabéticos el páncreas no puede producirla, o produce muy poca, o la produce pero a las células les cuesta reconocerla. Si no hay insulina el azúcar se queda en la sangre y las células acusan su ausencia. Es como si nosotros estuviésemos en casa hambrientos y no supiésemos que tenemos el frigorífico lleno de comida. Cuando el cuerpo no puede utilizar la glucosa aparece la sensación de hambre y la necesidad de comer cosas dulces. Pero ese azúcar no llega a las células. De ahí que aparezca un cansancio generalizado. Se produce entonces una hiperglucemia, es decir, un nivel de azúcar en sangre por encima de los valores normales, siendo éstos entre 80-110 mg/100 ml según sea antes o después de las comidas. La hiperglucemia trae muchas complicaciones a largo plazo. El cuerpo recurre entonces a sus reservas de grasas y proteínas (del mismo modo que en el ejemplo anterior buscaríamos algo de comer en la despensa) y por tanto se produce un adelgazamiento. El azúcar no se puede quedar en la sangre y los riñones tratarán de eliminarla. Para ello necesitan disolverla en agua y por eso se produce una gran cantidad de orina, que hace que también aparezca la sed, que impulsa a beber para recuperar los líquidos perdidos.

Hay dos tipos principales de diabetes. Por un lado está la insulino-dependiente o de tipo I, que aparece de forma rápida y con síntomas llamativos en niños o jóvenes menores de 25 años.  Se cree que es debido a la destrucción de una parte de las células pancreáticas, donde se sintetiza la insulina. No se sabe exactamente el porqué. Parece estar relacionado con infecciones víricas y reacciones de autoinmunidad. Es decir que después de una rubeola o unas paperas, por ejemplo, se produciría en el cuerpo una respuesta anómala que en lugar de destruir los virus extraños al organismo se dirigiría contra tejidos del propio cuerpo, en este caso el páncreas.

En este tipo de diabetes por tanto el páncreas no produce insulina o produce muy poca. Por eso es necesario inyectársela. Hay que controlar la dosis inyectada en función del alimento ingerido y del ejercicio físico realizado, porque si la insulina está en exceso se produce una crisis hipoglucémica: la insulina “elimina” toda la glucosa de la sangre y la deja bajo mínimos. Entonces aparecen temblores, nerviosismo, un apetito voraz, sudores, mareos, visión borrosa, aturdimiento y desmayo. La sintomatología es de aparición rápida y puede ser grave si no se actúa a tiempo. En estos casos es necesario comer algo muy dulce o tomar azúcar directamente.

Por otro lado, está la diabetes del adulto o de tipo II. Es la más frecuente. Aparece de forma lenta e insidiosa, en personas mayores de 40 años, con sobrepeso y antecedentes familiares. En esta enfermedad o bien el páncreas produce menos insulina o produce una cantidad suficiente pero el organismo no responde bien a ella. La obesidad provoca que el exceso de grasa pueda bloquear la acción de la insulina sobre las células o reducir su efecto obligando al páncreas a producir más. El sedentarismo, a menudo asociado con la obesidad, actúa como factor desencadenante de esta enfermedad. Por eso es muy beneficioso el ejercicio moderado y regular porque permite controlar el peso, activa la circulación y ayuda a utilizar la glucosa de la sangre favoreciendo el ahorro de insulina.

Otro factor desencadenante es el consumo de hidratos de carbono refinados, es decir, de alimentos dulces. Cuando tomamos dulces el azúcar pasa rápidamente a la sangre y de repente hay tal cantidad que el páncreas tiene que producir mucha insulina para repartirla y que no esté en exceso mucho tiempo. Si esto se repite frecuentemente el páncreas se puede “agotar”. Por eso es muy importante la dieta. Es necesario no tomar nada de azúcar para que no se produzcan picos muy altos de glucemia (glucosa en sangre) y además repartir los alimentos en cinco comidas en vez de tres porque después de cada comida se produce un aumento de glucosa en sangre proporcional a la cantidad ingerida. Por tanto al comer cada vez poca cantidad se evita que durante unas horas al día haya más azúcar en sangre de lo considerado saludable.

No se deben tomar alimentos ricos en grasas porque la diabetes se asocia frecuentemente a niveles elevados de colesterol y triglicéridos. En cambio otros alimentos que contienen hidratos de carbono de cadena larga cuya absorción es más lenta son necesarios y saludables. Los cereales integrales contienen proporcionalmente menos fécula que los refinados y son más ricos en proteínas, minerales y vitaminas. Pero sobre todo contienen fibra que enlentece la absorción de los hidratos de carbono.

En este tipo de diabetes si la dieta y el ejercicio no son suficientes, el médico puede recetar pastillas que favorecen la acción de la insulin,a estimular el páncreas para que la produzca o bien actúan sobre los alimentos provocando una demora en la digestión de los hidratos de carbono.

Se padezca o no la enfermedad, no olvidemos las ventajas de tener una medida en nuestra alimentación. Como decía Hipócrates, “que tu alimento sea tu medicina”.

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