Por las diferencias anatómicas que existen entre hombre y mujer, hay enfermedades que suelen afectar más a uno que otro sexo. Es el caso de las infecciones urinarias, que se dan principalmente en el ámbito femenino.

Cistitis significa inflamación de la vejiga, del griego kystis, pero se sobreentiende con este nombre cualquier infección del tracto urinario inferior. El diagnóstico se confirma por la presencia de gérmenes tras un análisis de orina. Las infecciones están provocadas en su mayoría por la bacteria Escherichia coli, procedente del intestino grueso, si bien las cistitis pueden deberse a otras bacterias, y excepcionalmente a virus y hongos.

El aparato urinario engloba los riñones, los uréteres, la vejiga urinaria y la uretra, y se encarga de la producción de la orina y de su expulsión del cuerpo. Diariamente el corazón bombea todo el volumen sanguíneo unas 300 veces a través de los riñones, que filtran unos 1500 litros de sangre, para eliminar las sustancias tóxicas y los productos de desecho del metabolismo, y regular la cantidad de sal. El líquido que se va a evacuar, alrededor de litro y medio diario, pasa de los riñones a los uréteres que lo conducen hasta la vejiga urinaria, donde se almacena temporalmente. Cuando hay un volumen considerable, el cuerpo da la señal de aviso, presentándose una necesidad urgente de orinar.

La vejiga urinaria tiene forma esférica, y se sitúa en la parte inferior de la pelvis, elevándose hacia el abdomen a medida que se va llenando. Tiene una musculatura muy flexible y llena es capaz de albergar más de medio litro de orina. El deseo de micción se empieza a sentir a partir de 350 mililitros. Hay factores externos, como el alcohol, el estrés o la cafeína, que nos pueden hacer sentir la necesidad de orinar, aunque la vejiga esté parcialmente vacía, al provocar la contracción de su musculatura.

En la mujer, la uretra es muy corta, tiene unos 5 centímetros frente a los 18 centímetros de la uretra masculina, por lo que cualquier bacteria tiene grandes posibilidades de ascender por este conducto, normalmente estéril, y llegar a la vejiga. Estas bacterias son arrastradas durante la micción y se eliminan, pero si por algún motivo consiguen permanecer en la vejiga por un tiempo se multiplican con rapidez, causando una infección. Las infecciones urinarias están directamente relacionadas con el estancamiento de la orina, bien porque la retenemos mucho, y no vamos con suficiente regularidad al aseo, o porque la vejiga no se vacía totalmente. Uno de los motivos principales de las infecciones en la mujer es que la uretra femenina desemboca junto a la vagina muy cerca del ano, por lo que es fácil su contaminación con bacterias intestinales, por una higiene incorrecta después de la defecación, o al propiciar su introducción en la uretra durante el acto sexual.

Existen una serie de condicionantes que favorecen la cistitis. Pueden darse en la mujer al inicio de una relación de pareja debido a la nueva flora bacteriana que aporta el varón. También suele aparecer en mujeres embarazadas, por la presión que ejerce el útero sobre la vejiga, que puede impedir su completo vaciado. Las mujeres posmenopáusicas suelen ser bastante propensas a estas infecciones por los cambios hormonales que sufren, y en especial las que han tenido varios hijos, ya que después de algunos partos se descuelga la musculatura uterina, haciendo que el sistema urinario sufra alteraciones y se produzcan pequeñas pérdidas de orina, que constituyen un caldo de cultivo ideal para estas bacterias. Además, la infección puede generarse a consecuencia de piedras en el riñón (cristales que conforme se van eliminando provocan irritación en la vejiga); como una complicación de la  diabetes, que genera  una orina azucarada, muy «apetecible» para las bacterias; o por un exceso de ácido úrico, enfermedad conocida comúnmente como gota. Finalmente, la cistitis puede desencadenarse tras un estreñimiento prolongado.

En los hombres las infecciones de orina suelen revelar una prostatitis o, en los ancianos, una hiperplasia benigna, que hace que la próstata se agrande obstruyendo parcialmente la uretra y dificultando la salida de la orina.

Los síntomas principales de la cistitis son una necesidad frecuente de orinar, en especial durante la noche, dolor ardiente al hacerlo y micción en pequeñas cantidades. La orina a veces aparece turbia y con fuerte olor. Puede acompañarse de dolor en la parte inferior del abdomen o en la región lumbar. No suele provocar fiebre, y cuando lo hace es señal de que la infección afecta a otros órganos. Su incidencia es mayor a finales del verano y principios del otoño. Los casos leves remiten espontáneamente con sencillas indicaciones, pero para evitar complicaciones peligrosas, como por ejemplo que la infección llegue hasta el riñón y de ahí pase a la sangre, se suelen recetar antibióticos.

El principal tratamiento consiste en ingerir muchos líquidos, en especial agua de mineralización débil, ya que aumenta la diuresis (producción de orina). Beber de uno y medio a dos litros diarios es de igual forma la mejor prevención. Además es recomendable acidificar la orina, para impedir el crecimiento bacteriano, lo cual puede lograrse con remedios populares, como tomar zumo de naranja, o zumo de arándano, que al mismo tiempo es antiséptico. En mujeres con infecciones recurrentes hay que extremar la higiene de las zonas íntimas, pero sin utilizar jabones excesivamente ácidos que eliminan la flora natural de esa zona, y sin usar desodorantes vaginales u otras sustancias que puedan provocar irritación. Al defecar, hay que limpiarse de adelante hacia atrás, y asimismo lavarse antes y después de las relaciones sexuales. La ropa interior debe ser preferiblemente de algodón y no ajustada.

A nivel nutricional, es recomendable suprimir las bebidas alcohólicas y estimulantes como la coca-cola, el café, té o chocolate, las especias y las carnes rojas. Además del arándano, otras plantas antisépticas urinarias que nos pueden ayudar son la gayuba, que incorpora propiedades diuréticas, y el brezo, antiinflamatorio.

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