El uso indiscriminado de antibióticos ha provocado desde los años 60 un aumento progresivo del número de bacterias que resisten no sólo a uno sino a varios antibióticos y cuyo control resulta extremadamente complicado. Incluso existen cepas de al menos tres especies bacterianas (Enterococcus faecalis, Mycobacterium tuberculosis y Pseudomonas aeruginosa), capaces de producir enfermedades potencialmente letales, que escapan ya a la acción de todos los antibióticos de que dispone la medicina. El tratamiento de tales infecciones es difícil y caro. En parte debido a este aumento de la resistencia frente a los antibióticos, los índices de mortalidad de algunas enfermedades contagiosas (como la tuberculosis) han empezado a aumentar de nuevo tras haber estado durante años en recesión en los países industrializados.

Hemos caído en considerar a todas las bacterias como algo ajeno y pernicioso para el hombre cuando en realidad es sólo una pequeña parte de las bacterias las causantes de enfermedades. El resto no sólo son inofensivas sino que muchas veces son indispensables en la naturaleza y en el hombre. Las bacterias, seres unicelulares microscópicos, abundan en el medioambiente y en la piel y las mucosas, como la que tapiza el aparato digestivo. Nos ayudan a digerir y procesar algunos nutrientes y vitaminas y a menudo nos protegen de la enfermedad porque compiten con las bacterias patógenas y limitan su proliferación.

Los antibióticos, si bien necesarios para el control de las infecciones bacterianas, pueden tener efectos indeseables sobre el equilibrio de las poblaciones microbianas. Cuando un medicamento ataca a las bacterias que producen la enfermedad, también afecta a las beneficiosas. Se eliminan así bacterias cuya presencia podría haber limitado la expansión de las patógenas, y cuyo hábitat es colonizado por otras bacterias que también se encuentran en el cuerpo humano pero en otras zonas y en  bajo número, por lo que producen infecciones secundarias, como en el caso de la Escherichia coli, habitante frecuente del tracto intestinal, considerado patógeno oportunista, que puede provocar enfermedades en individuos inmunodeprimidos.

Por tanto los antibióticos son un recurso al que se debería acudir sólo cuando fueran realmente necesarios. No se deben utilizar en infecciones víricas, como por ejemplo el tratamiento de resfriados y gripes, pues no actúan contra los virus. También se deberían desestimar o sustituir en el tratamiento de ciertas afecciones menores como el acné. Además, muchas veces aun cuando los antibióticos se utilicen bajo prescripción médica no se emplean correctamente. Con frecuencia  los pacientes no terminan el tratamiento y almacenan las dosis sobrantes para automedicarse o medicar a familiares y amigos en cantidades menores a las terapéuticas. En ambas circunstancias, la incorrecta dosificación no será capaz de eliminar por completo el agente infeccioso y potenciará el desarrollo de las cepas más resistentes, que luego podrán producir trastornos de difícil tratamiento.

Los antibióticos no son las únicas sustancias antimicrobianas empleadas de forma abusiva. El uso de agentes antibacterianos –compuestos que si bien matan o inhiben a las bacterias, resultan demasiado tóxicos como para utilizarse en nuestro organismo- también se ha disparado. Estas sustancias se utilizaban antes sólo en los hospitales, pero ahora han entrado en la fabricación de jabones, lociones y detergentes lavavajillas de uso doméstico. Estos antibacterianos también pueden promover el crecimiento de cepas resistentes.

Nadie duda de la necesidad de limpiar la casa, pero los jabones y detergentes ordinarios están capacitados para reducir en muy buen grado el número de bacterias potencialmente peligrosas. De forma parecida los productos químicos que se evaporan con rapidez –lejía, amoníaco, alcohol y agua oxigenada- se pueden utilizar de forma beneficiosa. Eliminan las bacterias potencialmente lesivas pero no dejan residuos duraderos que eliminen también las bacterias benignas e incremente el crecimiento de las cepas resistentes largo tiempo después de que hayan desaparecido los patógenos. Si nos excedemos e intentamos establecer un medio ambiente estéril, nos encontraremos con que cuando nos sea necesario desinfectar nuestro entorno –como cuando un familiar viene del hospital y aún es vulnerable a la infección- no habrá sino bacterias resistentes. La prevención más eficaz contra las enfermedades infecciosas comienza por la higiene personal. Lavarse las manos es una precaución principal y obvia que a menudo descuidamos.

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