El agua es el elemento más abundante de la biosfera y sus especiales propiedades físicas y químicas la hacen responsable de la vida tal como nosotros la concebimos.

El ser humano no puede sobrevivir sin agua más de diez días. Sin embargo, menos del 10% del agua de nuestro planeta nos es útil, aquella que procede de ríos, manantiales y lagos de agua dulce.

Hasta el siglo XVIII el agua se consideraba como un único elemento. Fue Lavoisier quien descubrió que en realidad está formada por dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno. Sus peculiares características vienen dadas por la polaridad que presenta su molécula, lo que le confiere un gran poder disolvente por su capacidad para formar puentes de hidrógeno con otras sustancias. Por otro lado, tiene un gran calor específico, por lo que absorbe mucho calor y sirve como un amortiguador de temperatura. Además tiene una densidad máxima a 4ºC, lo que significa que el agua al congelarse pesa menos porque ocupa un mayor volumen, y por eso el hielo flota sobre el agua, permitiendo la vida en ríos y lagos helados.

El agua es el medio donde se llevan a cabo todas las reacciones metabólicas. Mantiene la presión osmótica, transporta las sustancias necesarias para el organismo, ayuda al riñón a expulsar residuos y materias nocivas, regula la temperatura corporal, lubrica nuestras articulaciones y contribuye a dar estructura a nuestro cuerpo mediante la rigidez que proporciona a los tejidos, debido a que es un líquido no comprimible.

En el feto el porcentaje de agua es del 90 %, cifra que baja hasta un 80 % en el recién nacido. Los bebes y los niños tienen mayores necesidades de agua y son especialmente sensibles a la deshidratación. El hombre adulto se compone de un 65 % de agua mientras que las mujeres de un 60 %, porcentajes que varían en función de la edad y del estado de salud. Estos valores van disminuyendo en la vejez, por eso se dice que la vida es un proceso de deshidratación. Los ancianos pierden incluso la sensación de sed, de ahí la importancia de que beban mucho líquido, en forma de infusiones y sopas, principalmente.

La deshidratación favorece las infecciones urinarias y los cálculos de riñón, provoca la aparición de arrugas en la piel, y hace que ésta tenga un aspecto seco y resquebrajado. Una de las causas del estreñimiento es también el beber poca agua, lo que obliga al cuerpo a extraer más agua de las heces, siendo el tránsito más lento y las heces más duras.

El agua que nosotros bebemos debe tener un contenido en sales equivalente al que circula en nuestra sangre y nuestros líquidos internos. Si bebiéramos agua de mar, al tener mayor cantidad de sales, nuestro organismo tendría que extraer agua suya para disolver toda esa sal, por eso un náufrago en el mar muere de sed, mientras que si bebiésemos agua destilada, sufriríamos una desmineralización, pues el cuerpo extraería sus propias sales para compensar la ausencia de ellas en el agua destilada.

Nuestro organismo no puede almacenar agua. Es por eso que nuestro cuerpo realiza diariamente un balance hídrico. Al día necesitamos unos 2.3 litros, repartidos entre un litro que ingerimos al beber, un litro que incorporamos con los alimentos que consumimos, y 0.3 litros que generamos internamente como consecuencia de reacciones metabólicas. Estos aportes compensan la cantidad de agua que eliminamos: 1.4 litros por la orina, 0,1 litros con las heces y 0,8 litros con la respiración y la sudoración. Si el ambiente es cálido, o hacemos ejercicio físico eliminamos más agua para controlar la temperatura corporal por lo cual necesitaremos beber más, al igual que si nuestra dieta es alta en sales, ya que el riñón utilizará más agua para deshacerse del exceso de sal.

Como nuestras necesidades de agua varían en función de la alimentación, el ejercicio y la temperatura ambiental, se recomienda beber una media de 1.5 a 2 litros de agua al día, para que el organismo esté bien hidratado y el riñón tenga asegurada la cantidad de líquido que necesita extraer. El exceso de agua que aportemos al cuerpo simplemente se eliminará por la orina. Es mejor que sobre y no que falte.

Para beber, no debemos esperar a sentir sed. La boca seca es ya un síntoma de deshidratación. Además, el instinto de beber se pierde con la deshidratación progresiva. No olvidemos que hay situaciones que requieren un aporte extraordinario de líquidos: si hemos sufrido fiebre alta, vómitos o diarrea.

Por último, hay bebidas que tienen un efecto deshidratante. El alcohol etílico inhibe la liberación de la hormona antidiurética provocando una micción abundante, lo que contribuye al malestar de una resaca. De igual manera, la cafeína actúa como diurético, incrementando la producción de orina y promoviendo la deshidratación.

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