El ajo es un ingrediente que no falta en ninguna de nuestras despensas, especialmente en los países del área mediterránea. Pero aunque lo utilizamos como condimento en recetas de cocina, pocos pensamos en él como un elemento curativo.

Sin embargo, el ajo, por su potencial terapéutico, ha gozado de un gran prestigio a lo largo de toda la historia de la Humanidad. En Egipto, el papiro de Ebbers, datado en el 1550 a.C., recoge veintidós recetas médicas a base de ajo, para tratar infecciones, dolores de cabeza, faringitis, tumores o debilidad física. Desde siempre en la India, la medicina ayurvédica ha recomendado el ajo para combatir reumatismos, enfermedades pulmonares, parásitos intestinales e hipertensión. En medicina china está registrado su uso para curar la disentería, la diarrea, la pérdida de peso, como preventivo contra la gripe y en casos de intoxicación por marisco. Igualmente, en el Tibet se prescribían remedios a base de tintura de ajo como depurativos del organismo.

Sin tenernos que ir tan atrás en el tiempo, encontramos que en la Primera Guerra Mundial se utilizó el ajo como desinfectante de heridas cuando no se disponía de los antisépticos habituales, por su poder antibiótico.

Hoy en día tendemos más a confiar en pastillas y preparados farmacológicos que en remedios tradicionales, debido al culto que nuestra civilización hace de lo tecnológico. Nos hemos convencido de que es más fiable lo que conlleva una elaboración compleja que lo sencillo, que aquello que está al alcance de nuestras manos y no nos cuesta casi dinero. Por otro lado, ninguna empresa farmacéutica va a promocionar algo que no puede comercializar en exclusiva y que le resta cuota de mercado para sus preparados sintéticos. Por tanto, no es de extrañar que las virtudes terapéuticas del ajo sean poco conocidas.

En el ajo encontramos más de 100 compuestos azufrados (disulfuro de alilo, trisulfuro de alilo, tetrasulfuro de alilo, bisulfuro de alilpropilo, sulfuro de divinilo, polisulfuros alquílicos, alilvinilsulfóxido, sulfóxido de 5-metilcisteina, etc.), que son los responsables de casi todos sus beneficios. El principio activo más importante es la alicina, que surge cuando la aliína del ajo se pone en contacto con una enzima llamada aliinasa. Tanto la aliinasa como la aliína se encuentran en distintos compartimentos celulares dentro del ajo, de ahí que para que se genere la alicina, es necesario cortar, machacar o masticar el ajo. La alicina es muy inestable, y rápidamente se degrada en otros compuestos de menor capacidad terapéutica. Al cocinarlo se inhibe la formación de alicina, aunque se liberan sustancias como el ajoeno y la adenosina, que también tienen propiedades medicinales.

Como remedio tópico, el ajo se utiliza principalmente para extraer los tapones de los oídos (en forma de aceite fabricado a partes iguales con zumo de ajo, glicerina y aceite de almendras dulces) y para quitar las verrugas, colocando sobre ellas una fina lámina de ajo macerada en vinagre y tapándola con una tirita, ya que esta preparación tiene capacidad ablandadora y necrosante.

Las propiedades curativas del ajo se dan fundamentalmente por vía interna. En la actualidad las investigaciones científicas se centran sobre su potencial para reducir el riesgo de cardiopatías y trastornos vasculares periféricos.

Estos son sus campos de acción:

Sistema circulatorio.

Hace la sangre más fluida, ya que es un antiagregante plaquetario, es decir, evita que las plaquetas se unan y causen trombos, y además es fibrinolítico, lo cual quiere decir que puede disolver los trombos de fibrina. Por otro lado, tiene capacidad para bajar los niveles de colesterol total y elevar las cifras de la fracción de colesterol bueno, HDL. También tiene un efecto hipotensor. Actúa sobre la hipertensión, reduciendo la presión diastólica, que es la mínima. Por eso, en conjunto, se le reconoce  un efecto antiateroesclerótico.

Sistema digestivo.

Tiene una acción antibiótica sobre los parásitos y bacterias intestinales, sin eliminar la flora autóctona. Hay estudios que indican que inhibe a Helicobacter pilori, la bacteria causante de la gran mayoría de las úlceras gástricas. Reduce los gases intestinales, aumenta el peristaltismo, e incrementa la secreción y excreción de bilis, mejorando las digestiones.

Sistema respiratorio.

Por su alto contenido en cisteínas, el ajo tiene actividad mucolítica, fluidificando las secreciones mucosas. Se recomienda en caso de resfriados, tabaquismo, asma y tuberculosis por su capacidad expectorante y descongestionante.

Sistema inmunitario.

Estimula la acción de los linfocitos T, limpiando la linfa. Además, tiene importantes efectos antioxidantes, por lo que reduce la capacidad de peroxidación de los radicales libres.

Sistema endocrino.

Actúa sobre la tiroides, por su contenido en yodo, por lo que es bueno en casos de hipotiroidismo.

Además tiene un efecto hipoglucemiante, es decir, que baja los niveles de azúcar en sangre, lo cual es beneficioso para los diabéticos.

Reumatismo.

Para la medicina naturista, el reuma surge por la acumulación en las articulaciones de productos procedentes de una autointoxicación del intestino a lo largo de muchos años. El ajo tiene capacidad depurativa no sólo del intestino sino de las articulaciones, y además disminuye los niveles de ácido úrico causantes de la gota.

Anticancerígeno.

Al ajo se le atribuyen propiedades antitumorales, en parte debido a su capacidad depurativa, ya que es un desintoxicante de metales pesados y del efecto de las radiaciones ionizantes, y es sabido que los productos tóxicos de putrefacción que se generan a nivel digestivo, si no se eliminan pueden convertirse en factores de crecimiento tumoral.

Entre otras peculiaridades más del ajo está el ser un diurético suave y el aumentar ligeramente los niveles de serotonina en el cerebro, lo cual actúa contra la depresión y el estrés.

Para aprovechar todos los beneficios del ajo lo mejor es comerlo crudo. El problema es el mal olor que se desprende, debido principalmente a la aliína y al disulfuro de alilo, sustancias muy volátiles, que se disuelven fácilmente en la sangre, siendo transportadas a todos nuestros tejidos. Para combatirlo se puede masticar perejil, beber zumo de limón recién exprimido, tomarse una cucharada de miel, o beber un vaso de leche o de vino tinto.

Otra forma de tomarlo, menos olorosa, es en tintura, macerado en alcohol al 40%. Por último, se puede tomar en decocción o en forma de cápsulas, perlas y preparados desodorizados, aunque se pierden algunas de sus propiedades.

Para que se noten los efectos señalados, hay que tomarlo de manera continuada durante varios meses. A algunas personas, sin embargo, les puede producir molestias intestinales. Es importante mencionar que debido a su capacidad anticoagulante, su toma debe ser suspendida al menos dos semanas antes de cualquier intervención quirúrgica o extracción dental.

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