Con relación a los párpados, los dos trastornos oculares más comunes son la blefaritis y el orzuelo. Este último, que es una infección, suele ser consecuencia del primero, que consiste en una inflamación. Los párpados son finos pliegues de la piel que se cierran sobre el ojo con el fin de protegerlo de cualquier golpe o de una luz muy intensa. Anatómicamente, en la cara interna del párpado existen unas glándulas que desembocan en el ojo llamadas glándulas tarsales o glándulas de meibomio, y cuya función es segregar un líquido aceitoso, componente fundamental de las lágrimas, que ayuda a que los párpados se deslicen por el ojo sin fricción. Además en el borde palpebral se sitúan dos filas de pestañas, estructuras córneas con función protectora, y cada una de ellas contiene su propia glándula sebácea.

Las pestañas son pelos duros que pueden medir hasta un centímetro de longitud, cuya raíz se hunde profundamente en la piel del párpado, acompañada por terminaciones nerviosas que registran cualquier movimiento o la más ligera presión. Estos cilios permiten la detección de cualquier daño que pueda sufrir el ojo antes de que el cerebro lo registre y responden con el cierre automático de los párpados en cuestión de milisegundos. Unas doscientas pestañas rodean cada ojo, siendo su vida media de unos cuatro meses. Los folículos pilosos son los encargados de fabricar los nuevos pelos, y contienen unas glándulas sebáceas para lubricar el tallo de la pestaña y proteger la piel contra las bacterias y los hongos.

Como hemos mencionado, la blefaritis es la inflamación de los párpados, y se puede originar tanto en los folículos pilosos de las pestañas como en las glándulas de meibomio, a consecuencia de una hipersecreción de aceite o de la fabricación de un aceite con mayor espesor, lo que provoca la obturación de las glándulas. La inflamación también puede estar desencadenada por dermatitis seborreica, por alergia, o en niños, por la presencia de piojos en las pestañas. Los síntomas son párpados rojos e irritados, con escamas en la base de las pestañas, picor, sensación de quemazón, y el tener las pestañas pegadas por las mañanas. La blefaritis puede remitir con una limpieza cuidadosa de los párpados dos o tres veces al día, con la ayuda de un bastoncillo de algodón mojado en desengrasantes suaves, como champús para niños diluidos o agua con bicarbonato sódico. Si hay presencia de caspa se puede incluso lavar las pestañas con un champú anticaspa. Los desencadenantes de esta afección pueden ser el estrés, una enfermedad subyacente, o la exposición a polvo y polucionantes del ambiente.

A partir de esta inflamación los párpados pueden resultar infectados secundariamente como resultado de frotarlos, por las bacterias de la piel, los estafilococos, desarrollándose un orzuelo.

Médicamente este bulto se conoce con el nombre de hordeolum y es una infección localizada que puede afectar a los folículos pilosos de las pestañas (orzuelo externo) o a las glándulas de meibomio (orzuelo interno) y que provoca la formación de un absceso.

El orzuelo puede producir edema de todo el párpado. En general son inofensivos a pesar de su aspecto amenazante. Provocan enrojecimiento, dolor  y algunas veces sensibilidad a la luz y lagrimeo. Normalmente los orzuelos duran de tres a siete días. Primero se llenan de pus, luego supuran espontáneamente y finalmente se curan cuando la infección se drena. El dolor y la inflamación desaparecen en cuanto la presión se alivia. Cuando el orzuelo se ha reventado, se puede ayudar al drenaje estirando y retirando la pestaña infectada, y lavando a continuación el ojo cuidadosamente. Puede ser necesario realizar un drenaje quirúrgico si no revienta por sí solo, pero nunca hay que apretar un orzuelo, ya que lo que ocurre es que la infección se extiende.

 

A veces se confunde un orzuelo con un calacio, que es un granuloma indoloro, es decir, una masa granulosa formada en las glándulas de meibomio, que aumenta poco a poco y que por lo general desaparece tras varias semanas. Es como un quiste, pero en los casos en que no remite solo, es conveniente extirparlo.

Para los orzuelos, el remedio más extendido consiste en aplicar, en el párpado afectado, compresas calientes cuatro veces al día, durante diez minutos. El motivo es que el calor incrementa el aporte de sangre al ojo y ayuda a los glóbulos blancos a luchar contra la infección. El médico puede recetar también gotas o cremas antibióticas para los casos repetitivos. Suele asociarse la recurrencia de orzuelos a la ingestión insuficiente de vitamina A o betacaroteno, que precisamente juega un papel vital no sólo en la visión, sino en mantener la integridad de las membranas mucosas. Podemos conseguir un aporte extra de esta vitamina con la ingestión de verduras y frutas anaranjadas, amarillas y de hoja verde. La vitamina A se encuentra también en el aceite de hígado de bacalao antiguamente muy recetado para los niños. Otros remedios incluyen infusiones de hierbas aplicadas al ojo, especialmente de eufrasia, té, manzanilla o perejil. La cultura popular recoge el uso de arcilla para madurar el orzuelo y de miel una vez abierto. También se ha relacionado la presencia de orzuelos con la carencia de cinc, un mineral que se encuentra en alta proporción en los ojos, favorece la acción de la vitamina A y es necesario además para el buen funcionamiento del sistema inmune. Lo encontramos en la carne, huevos, pescado y marisco.

Además, los orzuelos recurrentes pueden deberse a una condición debilitada del organismo (ante lo cual es necesario tomar complejos vitamínicos) o ser un síntoma de diabetes.

Como medidas de prevención mencionamos lavarse las manos frecuentemente y evitar tocarse o frotarse los ojos, no compartir las toallas ni el maquillaje, y ser cuidadoso con la higiene de las lentillas.

 

 

 

 

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